martes, 24 de abril de 2018

LOS AMANTES INFINITOS


Fragmento del libro 

             
...   Mientras Jacobo hablaba con ellos, su mirada recayó casualmente en las tres jóvenes damas que departían alegremente a pocos metros de dónde él se encontraba. Eran jóvenes y guapas, dos de ellas resultaban atractivas a simple vista, pero la tercera, le produjo una sensación harto incómoda y desconocida en el estómago.
No alcanzaba a verla por completo, ésta se hallaba con el cuerpo parcialmente vuelto en dirección a la entrada y, sin embargo, el perfil que mostraba a la luz de las arañas del techo, consiguió captar su atención durante largo rato, atrayéndole poderosamente.
Durante unos instantes mantuvo una feroz lucha interna, entre mantenerse consciente y atento a la conversación en la que participaba y, por otro lado, sentirse incapaz de evitar lanzar continuas miradas a la joven de la cautivadora sonrisa. Ahora que ella se había vuelto y le ofrecía el frente, supo que ya no podría retirar la mirada de ella por más tiempo.
En uno de esos momentos, mientras miraba con insistencia a la muchacha, volvió ésta de suerte la cabeza en dirección suya, cruzando su mirada con la de él. Al gesto instintivo de Jacobo de levantar la copa en forma de saludo, le siguió un respingo del cuerpo de ella que volvió bruscamente la cabeza y continuó charlando con sus amigas disimulando su embarazosa reacción, como si nada hubiera visto.
En los siguientes instantes se produjo un intercambio de miradas rápidas y huidizas, que provocaron en él, un irrefrenable deseo por conocer a la bella muchacha que devolvía fuego por los ojos. El corazón de Jacobo se aceleraba por momentos, los latidos cabalgaban en su pecho creciendo en intensidad a medida que transcurría la noche. En un descuido de sus fieles acompañantes, no pudo aguantarlo más y se giró en dirección a Mario, en voz baja y aparentando una indiferencia que realmente no sentía preguntó:
― ¿Quién es esa joven que anda ensimismada en la conversación con sus amigas? Y señaló con la mirada a la muchacha de la brasa encendida en los ojos.
—Laura Alba, querido, el motivo y causa principal de esta fiesta. Es la protagonista de la puesta de largo e hija de Cristóbal Alba, uno de los “grandes” amigos de tus padres.
 Mario había empleado su habitual cinismo en la respuesta, pues conocía de sobra que la familia de Jacobo y la de Laura, eran enemigas irreconciliables.
—Es una belleza ¿no te parece? no me extraña que haya atraído tanto tu atención.




― Es muy bella lo admito, pero nos quedamos solo ahí, nada más. No inventes intenciones ni falsos argumentos, que te conozco.
―Ya, pues Salamanca entera no se queda ahí, te lo aseguro. Si observas durante unos instantes al grupo en el que se encuentra ella, caerás en la cuenta del desfile continuo de pazguatos y pusilánimes pretendientes, requiriendo una migaja de atención por su parte. Sólo pueden aspirar a eso, pues también es sobradamente conocido en la ciudad, el habitual rechazo por su parte al que conduce cualquier pretensión en ese sentido.
―Ya veo, es una rompecorazones sin sentimientos, que cumple la misma labor en el amor que la de su padre en los negocios.
―Observo amigo mío, que además del físico o la inteligencia, hay otras muchas cosas que los seres humanos heredan de los progenitores, los enemigos.
―No hace falta que te explique lo que le ha supuesto a mi familia la soberbia y la maldad de Cristóbal Alba y sus amigos empresarios. No puedo por menos que mantener viva mi ira hacia estos personajes, y no olvidar jamás ni un solo detalle de lo acaecido.
―Pues harías bien en aflojar un poco la cuerda del rencor si quieres intimar algo con la hija de Cristóbal.
― ¿Intimar? ¿Por qué crees que me interesa relacionarme con la hija de Cristóbal Alba, si ni siquiera la conozco ni siento aliciente alguno en hacerlo?
―Por las miradas tan embobadas que llevas lanzando desde que has caído en la cuenta de su presencia, y que, por otra parte, has sido completamente incapaz de disimular. Yo diría sin temor a equivocarme que pretendes que crea una cosa que es justamente la contraria. Si tuvieras un espejo delante de tu cara, sabrías de qué estoy hablando -Mario soltó una gran carcajada por su acertado comentario.
― ¿Tanto se me nota? -confesó finalmente Jacobo, ante la perspicacia mostrada por su amigo.
―Mucho, mi querido Jacobo. Mucho. Harías bien en apagar el rictus encendido de tu rostro, si no quieres chamuscar las cortinas del salón.
Jacobo dio un largo trago a su copa y recuperó la compostura de inmediato. A pesar de mitigar en su rostro la primera impresión sufrida, su corazón se negaba a atemperar los latidos. Tenía que ser presentado a la joven y tenía que hablar con ella como fuera. Sin embargo, sus atentos acompañantes se empeñaron una vez tras otra, en presentarle a otros de los escasos amigos de sus padres que cruzaban por el salón contiguo, arrastrándole del brazo en dirección suya. Como si de un niño pequeño se tratara.
No podía decir que no, a pesar de que lo único en lo que estaba interesado en esos instantes, era en la bella mujer de blanco que le había impresionado el corazón tan profundamente.
Transcurrió bastante tiempo entre aquellos nuevos allegados, pero él ya no tenía otra idea en mente que el bello rostro de Laura. Lo buscaba afanosamente con la mirada en cada persona que aparecía por la entrada de la sala, más todo era en vano.

La fiesta iba llegando a su fin y ya no pudo aguantarse más. Con una disculpa inventada arrastró a su amigo fuera del grupo y comenzó la búsqueda desesperada de la muchacha. La encontró finalmente dónde le había dejado. Ahora se encontraba a solas con sus dos amigas, pero no estaba mirando en su dirección. Las piernas no respondieron a sus órdenes y se quedó clavado en la puerta de entrada. Transcurrió un minuto, dos, y Laura giró la cabeza como buscando algo o a alguien y sus miradas se encontraron nuevamente. El destello que adivinó en la mirada de la joven activó las piernas de Jacobo, que se pusieron en marcha.
Había decidido que ya era hora de conocer a la hija de Cristóbal Alba, la mujer que había hecho saltar su corazón en pedazos sin pretenderlo, y se dirigió ahora sí, decidido a su encuentro, sin apartar un solo instante sus ojos de los de la muchacha, que con un breve chispazo cargado de electricidad se cruzaron con los suyos...

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