“IN
MEMORIAM”
Pasaban con extrema rapidez los días
y su rostro iba adquiriendo cada jornada transcurrida, ese color macilento típico de la enfermedad
grave y definitiva.
Hacía cerca de dos años que la
fatalidad se había cruzado en su camino, con la forma engañosa de alimento
atrayente y económico y sin embargo adulterado por el voraz apetito dinerario
del hombre.
Pasó que éste creyó, que podía
recortar gastos, que podría abaratar su vida mientras que ese otro ser humano
actuaba sin ningún rubor comercial, arañando beneficios de dónde fuera y sin
valorar las conclusas y nefastas consecuencias que eso podría acarrearle a su
prójimo.
Y el auténtico y definitivo problema
le visitó sin él esperarlo. Comenzó con un principio de irritación en el cuero
cabelludo que creyó sobrevenida. Unos síntomas iniciales revestidos de
extrañeza, acompañados con posterioridad con una elocuente e irreparable
pérdida de cabello, achacada por su lógica ignorancia al frenético y repetitivo
trabajo del peine sobre su cabeza y a una configuración genética desfavorable.
Siempre llevaba uno de plástico gris en el
bolsillo trasero del pantalón. Adoraba regalarse continuas pasadas e
innumerables roces con el dentado instrumento, por el ya castigado cabello,
haciéndolo frente a cualquier espejo o pulido cristal que pudiera reflejar tan
encantador rostro. Le gustaba imaginarse a menudo, como un esforzado Travolta
en la película “Fiebre del Sábado Noche” tan llamativo y extraordinario a sus
ojos. Así éramos casi todos en esa bendita pero oscura época.
No tenía agua corriente en su
vivienda, y la costumbre al uso, como la de otros muchos a su alrededor, era
acercarse a primera hora de la mañana a la fuente pública y llenar todos los
bidones que pudiera acarrear. Su padre (su madre murió cuando apenas levantaba
dos palmos del suelo) era camarero, y se encargaba de preparar a los
trabajadores del barrio el primer café con leche de la mañana, justo antes de
coger la “ camioneta” que les llevaría al tajo de cada día.
Su mejor y único amigo, le acompañaba
todos los días a por agua a la fuente. Al principio lo hacía, para darle charla
y compañía, después, su único motivo fue, ayudarle a llevar el cubo que en solitario, él
desparramaba.
Su único y mejor amigo, lamentaba la
suerte de aquel, le afligía no poder hacer nada más por él que prestarle su
escasa presencia y su innegable amistad.
Al principio de todo, llegó a
barruntar que no había vuelta atrás, ni remedio conocido. Era una cuestión de
tiempo, y ese era escaso, la verdad.
Él también lo sabía, y su mejor
amigo lo supo después, porque lo habían hablado al principio, aunque ya
llevaran algún tiempo que hacían como si no pasara nada. Bien es verdad, que
eso era de puertas para afuera, porque dentro de su morada interior, en el
interior del perfil de sus miradas, la tristeza lo corroía todo y todo lo
enturbiaba.
Hubo un día en que la alopecia no
fue el único síntoma y ya no pudo asomarse siquiera a la puerta de su casa. Sus
agarrotados pies ya no le respondían y la debilidad y la torpeza se apoderaron
de él, juntas pudieron con su naturaleza
pujante y rabiosamente vital, hasta solo un año antes.
La cama se hizo su compañera
habitual e infatigable en su rutina diaria, soportando de este cuerpo
maltratado, cada vez menos peso. Lo fue, hasta que por fin traspasó el mundo de
las realidades y se introdujo definitivamente en el de los sueños tranquilos,
dónde nadie se encuentra solo y percibe constantes y apacibles sensaciones, sin
ninguna intromisión ni injerencia indeseada.
Los días cambiaron y dejaron de ser
claros y nítidos, a pesar de la luz de Marzo y la calidez de Mayo, a pesar de
la subida de las temperaturas y de la extensión de los días, de la temporal
retirada de las frías y largas noches del invierno.
Su único amigo comenzó a pasar menos
tiempo a su lado, a la cabecera de su lecho.
A
éste le conmovía cada vez más su aspecto, su semblante comprimido y
seco, su triste apariencia. Principió a pesar más en él, la congoja y la
amargura comenzaron a embargarle y supo que no deseaba que su deslavazado
amigo, pudiera y quisiera verle así, se lo debía, por los innumerables y gratos
momentos que compartieron, en los que los dos se hallaban en pie de igualdad,
hermanadamente sanos y rebosantes de color y vitalidad.
Los meses pasaron a convertirse en
días, y los días en horas. Los minutos fueron segundos, y los segundos, ya ni
siquiera fueron. Todo se acortaba, los plazos y los términos acabaron con las
fechas de futuro. La vida pareció partir hacia otro lugar de referencia, hacia
el otro sino que sin duda, todos acabamos buscando, aunque casi siempre
fracasamos en el intento. Y en ese viaje, ni siquiera su mejor amigo pudo
acompañarle. El uno tuvo que partir y emprender la marcha, el otro, necesitó
aguardar turno y completar su particular camino aquí, una senda que todos
debemos circundar a pesar de no desearlo siempre.
Llegó el momento triste de la
despedida, y cuando su único amigo bajó esta vez en solitario en dirección a la
fuente, y subió luego, desoladoramente cargado de agua en el interior de los
cubos y de aguijoneantes y dolorosas sensaciones adheridas a la espalda, pensó
por un breve instante en su fiel compañero y en el viaje que había emprendido,
y le deseó en su interior la mayor de las suertes. Pidió para él la más amplia
de las fortunas y toda la felicidad que cupiera en sus manos.
Yo sé, con absoluta seguridad y
certeza en lo que digo, que eso fue lo que le deseó fervientemente a su amigo.
copyright©Faustino Cuadrado