martes, 13 de agosto de 2013







“IN MEMORIAM”

 

            Pasaban con extrema rapidez los días y su rostro iba adquiriendo cada jornada transcurrida,  ese color macilento típico de la enfermedad grave y definitiva.

            Hacía cerca de dos años que la fatalidad se había cruzado en su camino, con la forma engañosa de alimento atrayente y económico y sin embargo adulterado por el voraz apetito dinerario del hombre.

            Pasó que éste creyó, que podía recortar gastos, que podría abaratar su vida mientras que ese otro ser humano actuaba sin ningún rubor comercial, arañando beneficios de dónde fuera y sin valorar las conclusas y nefastas consecuencias que eso podría acarrearle a su prójimo.

            Y el auténtico y definitivo problema le visitó sin él esperarlo. Comenzó con un principio de irritación en el cuero cabelludo que creyó sobrevenida. Unos síntomas iniciales revestidos de extrañeza, acompañados con posterioridad con una elocuente e irreparable pérdida de cabello, achacada por su lógica ignorancia al frenético y repetitivo trabajo del peine sobre su cabeza y a una configuración genética desfavorable.

            Siempre llevaba uno de plástico gris en el bolsillo trasero del pantalón. Adoraba regalarse continuas pasadas e innumerables roces con el dentado instrumento, por el ya castigado cabello, haciéndolo frente a cualquier espejo o pulido cristal que pudiera reflejar tan encantador rostro. Le gustaba imaginarse a menudo, como un esforzado Travolta en la película “Fiebre del Sábado Noche” tan llamativo y extraordinario a sus ojos. Así éramos casi todos en esa bendita pero oscura época.

            No tenía agua corriente en su vivienda, y la costumbre al uso, como la de otros muchos a su alrededor, era acercarse a primera hora de la mañana a la fuente pública y llenar todos los bidones que pudiera acarrear. Su padre (su madre murió cuando apenas levantaba dos palmos del suelo) era camarero, y se encargaba de preparar a los trabajadores del barrio el primer café con leche de la mañana, justo antes de coger la “ camioneta” que les llevaría al tajo de cada día.

            Su mejor y único amigo, le acompañaba todos los días a por agua a la fuente. Al principio lo hacía, para darle charla y compañía, después, su único motivo fue, ayudarle a  llevar el cubo que en solitario, él desparramaba.

            Su único y mejor amigo, lamentaba la suerte de aquel, le afligía no poder hacer nada más por él que prestarle su escasa presencia y su innegable amistad.

            Al principio de todo, llegó a barruntar que no había vuelta atrás, ni remedio conocido. Era una cuestión de tiempo, y ese era escaso, la verdad.

            Él también lo sabía, y su mejor amigo lo supo después, porque lo habían hablado al principio, aunque ya llevaran algún tiempo que hacían como si no pasara nada. Bien es verdad, que eso era de puertas para afuera, porque dentro de su morada interior, en el interior del perfil de sus miradas, la tristeza lo corroía todo y todo lo enturbiaba.

            Hubo un día en que la alopecia no fue el único síntoma y ya no pudo asomarse siquiera a la puerta de su casa. Sus agarrotados pies ya no le respondían y la debilidad y la torpeza se apoderaron de él,  juntas pudieron con su naturaleza pujante y rabiosamente vital, hasta solo un año antes.

            La cama se hizo su compañera habitual e infatigable en su rutina diaria, soportando de este cuerpo maltratado, cada vez menos peso. Lo fue, hasta que por fin traspasó el mundo de las realidades y se introdujo definitivamente en el de los sueños tranquilos, dónde nadie se encuentra solo y percibe constantes y apacibles sensaciones, sin ninguna intromisión ni injerencia indeseada.

            Los días cambiaron y dejaron de ser claros y nítidos, a pesar de la luz de Marzo y la calidez de Mayo, a pesar de la subida de las temperaturas y de la extensión de los días, de la temporal retirada de las frías y largas noches del invierno.

            Su único amigo comenzó a pasar menos tiempo a su lado, a la cabecera de su lecho.

            A  éste le conmovía cada vez más su aspecto, su semblante comprimido y seco, su triste apariencia. Principió a pesar más en él, la congoja y la amargura comenzaron a embargarle y supo que no deseaba que su deslavazado amigo, pudiera y quisiera verle así, se lo debía, por los innumerables y gratos momentos que compartieron, en los que los dos se hallaban en pie de igualdad, hermanadamente sanos y rebosantes de color y vitalidad.

            Los meses pasaron a convertirse en días, y los días en horas. Los minutos fueron segundos, y los segundos, ya ni siquiera fueron. Todo se acortaba, los plazos y los términos acabaron con las fechas de futuro. La vida pareció partir hacia otro lugar de referencia, hacia el otro sino que sin duda, todos acabamos buscando, aunque casi siempre fracasamos en el intento. Y en ese viaje, ni siquiera su mejor amigo pudo acompañarle. El uno tuvo que partir y emprender la marcha, el otro, necesitó aguardar turno y completar su particular camino aquí, una senda que todos debemos circundar a pesar de no desearlo siempre.

            Llegó el momento triste de la despedida, y cuando su único amigo bajó esta vez en solitario en dirección a la fuente, y subió luego, desoladoramente cargado de agua en el interior de los cubos y de aguijoneantes y dolorosas sensaciones adheridas a la espalda, pensó por un breve instante en su fiel compañero y en el viaje que había emprendido, y le deseó en su interior la mayor de las suertes. Pidió para él la más amplia de las fortunas y toda la felicidad que cupiera en sus manos.

            Yo sé, con absoluta seguridad y certeza en lo que digo, que eso fue lo que le deseó fervientemente a su amigo.
 
 
copyright©Faustino Cuadrado