EMPATÍA
Existe
arraigada en unos pocos la facultad de recibir la vida de los demás y hacerlas un hueco en la suya.
Escuchar,
haciendo propios los problemas y las tristezas ajenas, forma parte de lo
cotidiano. Acompañarles en el sentimiento, mostrar paciencia y solidaridad con
las confesiones personales de una existencia insatisfecha. Por los problemas que
inciden en la vida personal del contrariado. Por los estados de ánimo que los
maltratan y que terminan envolviendo al que les regaló su empatía.
Con esta
disposición, los momentos duros de los otros son también de uno. Y se dedica el tiempo
de reloj necesario y se les encuentra un hueco en el corazón donde madurar su cuidado.
La
carga emocional se traspasa y se somatiza. Se intenta recomponer, para
devolverla en las mejores condiciones.
Saber que se puede hacer y se hace. Sin hacer caso de los estados de ánimo propios. Arrinconándolos. A costa de que las heridas del
problema ajeno se sumen a las que ya se tienen en el alma.
Un
asunto que lo acompaña: «la ausencia de reconocimiento y gratitud por compartir
el sufrimiento que, en teoría, no correspondía».
Pero
eso es algo que no impide continuar con la labor. Un día tras otro. Esculpiendo
una sonrisa con cada requerimiento de atención y cuidado por parte de los penados.
A
cambio, la tristeza que no traspasa el rostro, se queda. No se deja traslucir a
los causantes para que se sientan defraudados.
Porque
esa empatía no suele hallar correspondencia en los demás. Se hace normal no toparse después con receptor que muestre la misma disposición que él se encontró.
Así,
al empático, le toca vadear los problemas ajenos y los propios. Esos últimos en
soledad. Porque no encuentran acomodo en el corazón de nadie. Porque nunca se
interesan por ellos.
Resulta
duro comprobar la verdad de la afirmación.
Esa
sensación nunca se pierde. Ni con el paso del tiempo, ni con la repetición de
la realidad en la que se vive.
«Al
cuidado de todos, en el cuidado de nadie.»
Siempre
fuertes, siempre dispuestos.
En
el punto de mira del egoísmo y de la desidia ajena. Guardianes del diario
bienestar de muchos otros.
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