sábado, 15 de febrero de 2014





Lágrimas de duelo


        Hoy me he despertado rebosante de lágrimas, lágrimas de dolor y duelo, mas las perlas de agua salada y sentimiento, no partían de mis ojos, brotaban de un alma encharcada por la pena y la tristeza.
       Si partieran de los ojos podrían mitigarse, un pañuelo, una manga del abrigo, un mano amiga y unos dedos cariñosos podrían enjugarla.
      Pero las lágrimas del alma no tienen remedio, no hay solución material ni posible que las libere de su pena, de la grave aflicción que las produce.
       Hoy me he levantado sin fuerzas, sin ilusión alguna.
       Hoy me hubiera convenido abrir los ojos y volver a cerrarlos con fuerza, sin dejarme pensar en nada que tuviera que ver con levantar la sábana y arrojar las piernas al suelo.
        Este amanecer frío y gris, tan sucio de color y fealdad intrínseca, me adentrará por completo en las malas noticias que han de venir y en los inevitables quebrantos que a mi ánimo, ya de por sí maltrecho, terminarán por otorgarle la estocada final y definitiva.
        Todo se viene abajo, como la hoja del roble que sufre el desgaste del paso del tiempo.
        Nada perdura, nada se mantiene, ni siquiera el amor infinito o el amor eterno.
        Todo son trampas letales escondidas en los bordes del camino, en las propias ramas de los árboles que nos flanquean y que pretenden equivocadamente darnos solo inocente sombra.
        Tengo el corazón helado, como mis manos, sin que el terrible frío que siento pueda separarse de mi a base de mantas o infusiones calientes.
        Éste es un frío diferente, es un frío venido de muy dentro que no se mide en grados centígrados ni en vaho brumoso que surge de nuestro aliento. Es un frío atemporal, terrorífico cuando te visita y que te deja sin fuerzas y completamente encogido, sin propósito ni posibilidades de defensa frente a su doloroso soplido.
        Y a mi me ha visitado y ha jurado quedarse conmigo para siempre, pues ya me amagó en otra ocasión anterior y si bien, me perdonó a última hora, creo que en estos momentos no muestra ningún afán por marcharse.
        Tengo frío, mucho frío, y miro alrededor y no veo nada ni a nadie que pueda atemperarlo.
        Estoy solo en esto, como siempre lo estuve. A mi me toca afrontarlo en completa soledad, a mi me toca sufrirlo como a tanta y tanta otra gente que se encuentra en mi mismo estado, perdida y sin rumbo, a solas con sus promesas de sueños incumplidos y de sueños rotos que alguna vez fueron del color del oro.