miércoles, 16 de octubre de 2013




DE HOMBRE A HOMBRE

Por Faustino Cuadrado


       Escúchame con atención solamente un momento, hijo mío.
Ya sé que estás absolutamente convencido de que con dieciocho años recién cumplidos, crees estar perfectamente preparado para afrontar los retos que se presentan a tus ojos y además, solventarlos con bien todos ellos.
      Quiero que entiendas que nunca calificaré como inconveniente ni reprobable, que llegues a sentir en el interior de tus manos la circulación de esos torrentes de sangre y fuego que viajan por tus estrechas venas, la ira y el ímpetu de la juventud extraordinaria que a veces te domina y las emociones encontradas que ahora gobiernan tu espíritu y que a veces opacan, a mi juicio en parte tu criterio, pero al parecer, resultan inevitablemente necesarias para poder resolver esas dudas que para ti ya no lo son tanto, unos obstáculos que en un tiempo relativamente cercano conseguían hacer trastabillar tu mente y tu criterio, por la inseguridad y la incertidumbre que te inspiraban.
       Soy consciente de que ha dado comienzo el cómputo en el que el tiempo de sabia escucha y la verdadera paciencia de hacerlo, no forma parte del decálogo de tu vida contemporánea, pues sé que piensas que la gente que como yo te rodea, está caduca y en franca retirada. Ese entorno que decidía en tu lugar sobre la oportunidad de cada ocasión y que te indicaba inexorable las pautas a seguir, aseguras ahora vehemente que ya no son capaces de conocer de primera mano las verdaderas inquietudes que te motivan y las que mueven tu destino, que ni siquiera alcanzamos a vislumbrar la magnitud exacta de las mismas, la amplitud de los deseos que te invaden y la intensidad de los anhelos a los que debes necesariamente dar salida.
        Siempre te he mostrado mi parecer sobre el asunto, mi completo convencimiento de que es necesario y positivo que debas cometer tus propias equivocaciones al adoptar unas decisiones propias, tal y como yo lo hice en un tiempo tan lejano que ya casi ni lo recuerdo. Que debes saber y poder equivocarte y remedar tú mismo aquellos traspiés que la vida te proponga.
       Estoy en completo y perfecto acuerdo con todo ello y con otras muchas cosas, aunque no al precio de dejarme al margen por la desconfianza de todo lo que te rodea, y sobre todo, que me apartes del conocimiento de aquellos errores que puedas provocar y que a menudo suman un excesivo peso a la mochila que cada uno llevamos a la espalda.
       Debes tener claro que jamás haré ni diré nada que pueda comprometerte, ni que pueda causarte daño alguno. Solo pretendo hacerte entender que yo ya pasé antes por todo esto y que tengo la consecuente experiencia de haberlo hecho, deseo que tengas siempre presente que puedes contar conmigo para lo que sea.
        Me achacas que ya no puedes hablar conmigo, y que no necesitas de mis consejos, que no te entiendo, que desconozco las veredas por donde transita el mundo actual y que mis aportaciones están obsoletas y huelen a rancias, desfasadas para los tiempos que corren.
       Hijo mío, no me alejes de tu lado, reflexiona. Siempre habrá algo bueno que puedas entresacar de mi compañía y de mi inmenso amor por ti. No me desaproveches porque algún día lo echarías gravemente de menos. Te quiero, y te quiero a mi lado…
Papá, deja de hablar tan solo un minuto y escúchame atentamente, aunque sea solamente por esta vez.
      Ya sé que todo lo que me dices y que todo lo que pretendes enseñarme lo haces exclusivamente por mi bien, por facilitarme y otorgarme un personal beneficio. Sería de mal hijo imaginar siquiera lo contrario. 
       Me lo dices y me lo repites hasta la saciedad y no tengo motivo alguno para dudar de tus buenas intenciones, pero es que a menudo me siento agobiado por tanta protección como me dispensas y por tanto discurso carente de posibilidad de réplica.
       Papá, yo te quiero mucho, pero a menudo me pareces insoportable y la situación que se genera por ello, insostenible.
      Me irrita sobremanera tu predisposición a la ayuda desinteresada, aunque ésta misma no te la haya pedido. Me agobia tanta pregunta por tu parte, tanta inquisición, y a las que de manera cada vez más habitual, no acompañaré de ninguna respuesta por la mía. Porque muchas de las materias a las que éstas se refieren, pertenecen a mi mundo interior, a mi privado universo personal del que tú ni nadie más puede formar parte, aunque tú seas mi padre.
       Yo también sé, a estas alturas de mi vida, que no soy perfecto y que no tengo todas las respuestas para cualquier cuestión o problema que me surja, pero también te digo que yo lo vivo con la convencida certeza de que debo encontrar mi camino y los obstáculos que me hayan sido asignados, que debo sufrir en mi interior las penas que me acometan y los oscuros desengaños que sé que me aguardan, lamerme personalmente las heridas recibidas.
       Ha llegado mi momento, papá, es mi hora y debo afrontarlo bajo mi personal punto de vista, nunca bajo el tuyo.
       Te pediré tu opinión cuándo entienda que ésta me resulte necesaria, y valoraré y tendré en cuenta tus consejos solo en su justa medida, sin que estos supongan para mí una imposición o una carga extra a transportar y no una forma mejor de llevar el peso presente de mi vida, debo evitar que me resulten un lastre imposible y me obliguen a rechazar su presencia a mi lado, llevándome de esa forma a ignorar irremediablemente tus palabras futuras.
       Me echas en cara que nunca te escucho, y yo por el contrario, te aseguro con la mano situada en el corazón que no he hecho otra cosa en la vida que escucharte, que he hecho siempre lo que tú me has indicado.
      Pero ahora quiero que entiendas que solo volveré a escucharé si tú haces lo mismo conmigo, si respetas mis gustos y mis opiniones, si asumes finalmente que un adolescente se ha convertido con el paso del tiempo y pese a tus infundados temores, en un adulto con propias convicciones y válidas particularidades, con criterios y necesidades personalizadas que no tienen que coincidir necesariamente con las tuyas.
       No deseo perder la cercanía contigo, papá, pero necesito que sepas identificar cuál es la superficie que ocupa mi espacio y aciertes a respetarla sin invadirla, a hablar siempre sin esperar una respuesta cuando ésta no deba darse, a encajar una posible negativa que nunca resultará ser un desprecio a través de mi mano.
      Prometo que yo a cambio, tenderé los cables necesarios entre nosotros y agradeceré de la manera debida todo aquello que puedas enseñarme, el que puedas y quieras estar a mi lado.
      Puedo asegurarte que te estaré eternamente agradecido y me sentiré por siempre, plenamente orgulloso de ser tu hijo.

                                          Copyright©faustinocuadrado