Fragmento intimista...
"porque junto a la aventura trepidante, al lado de la épica sin pausa y de la acción, la ternura siempre encuentra un hueco."
Hace muchos años, cuando era realmente
pequeño y aún no sabía vestirme sin ayuda, mi madre, después del
baño diario, me subía a la mesa de la cocina para abrazarme.
La mesa blanca e inmaculada en la que
me sentaba, se hallaba enfrente de un enorme y antiguo fogón de
carbón, que como se mantenía encendido durante todo el invierno
para calentar la casa, era utilizado además para preparar las
comidas y las cenas en grandes calderos distribuidos por toda la
superficie.
Una vez asentado mi pequeño cuerpo en
la mesa, mi madre comenzaba a contarme una historia que me mantenía
embelesado mientras ella me colocaba los calcetines. Me frotaba el
pecho y el cuello con colonia y me peinaba el cabello con un peine de
plástico.
Cada día era una historia diferente, y
cada cual más bonita. Todas ellas producto de la mente y el amor que
ponía mi madre en ello.
No me costaba nada imaginarlas porque
su relato se me hacía ameno y entretenido y me trasladaba cada día
a los más insospechados lugares del mundo, haciéndome convivir con
los más enigmáticos y divertidos personajes que puedas imaginar.
Reinos secretos, maravillosas criaturas celestiales o que habitaban
en lo más profundo de la Tierra y de las simas marinas. De todos los
colores y estaturas. Con magia y a veces sin ella. Con sentimientos
humanos o más frías que el hielo. Unas volaban y otras caminaban a
saltos. Las más, sufrían tremebundos avatares en sus largas vidas;
las menos, pasaban por la historia como un leve suspiro, sin más
trámites, sin pena ni gloria. Eran un relleno seguramente, pero le
daban tanto sentimiento y riqueza al relato...