sábado, 22 de agosto de 2015


"Es difícil poder salir adelante en el mundo del Valhalla.
Necesitas para lograrlo, una buena dosis de valor y que los dioses
yerren el tiro..."

                                         



          Fragmento del libro

     "EL REINO DE AKABA"





La noche, finalmente, se nos había echado encima y no habíamos alcanzado la cumbre. Los pocos rayos que superaban ya las altas cimas daban paso inmisericorde a las negras sombras que comenzaban a apoderarse sin remisión, de los árboles y de la montaña. Resultaba harto difícil ya poder observarnos el rostro, y sobre todo, y lo más peligroso, ver por dónde caminábamos.

Al divisar una de las últimas peñas que quedaban entre nosotros y la cercana cumbre, se me heló la sangre por completo. No había lugar a dudas de que nos encontrábamos frente a frente con un rinak. Envuelto en una amalgama de harapos repletos de costras de mugre y sin poder confirmar con certeza, la ubicación real de sus ojos, asomaba éste su espantosa cabeza por encima de las piedras, husmeando el aire como una alimaña, buscando cualquier vibración que delatara la presencia de un ser humano que hubiera osado adentrarse en sus dominios. Parecía sin embargo, por suerte para nosotros, no habernos localizado aún.

A éste primero le acompañó de inmediato un segundo rinak en la pétrea atalaya. Y al lado de este segundo, unos cuantos harapos más, ondeantes al viento del anochecer, se dejaron ver por los resbaladizos peñascos. 

Desde luego, nos encontrábamos en un buen apuro.


Freya apretaba con firmeza mi mano, señalándome cada una de las criaturas fantasmales que asomaba, cada nueva figura oscura y repugnante. Llegamos a contar alrededor de veinte rinaks en un instante, repartidos entre las diferentes veredas por las que debíamos necesariamente transitar.