EL
PECADO DE UNOS POCOS
“Aquel
que mira fijamente a los ojos del hambre y a los de su penuria,
acabarán secándosele los suyos de cualquier resto de lágrima”
Se
me quiebran los huesos al escuchar la voz rasgada de la gente.
Se me abren las heridas que
alguna vez parecieron cicatrizadas cuando miro con fijeza a los ojos
de los niños que pasan hambre, a los de sus padres sin ocupación ni
oficio alguno, a los ojos de sus abuelos que sin ninguna esperanza,
aguardan aferrados de la mano las horas de llegada de las sirenas de
la policía y las del desahucio; en fin, me amarga la mirada de los
jóvenes sin un nímino de porvenir y con futuro incierto.
Me
duele el alma al vivir este tiempo, por transitar este mundo al que
ya no respeto. ¿Qué mal tan terrible causaron ellos?
¿Que leyes humanas o divinas transgredieron que tan duro les
castigan, que tan violentamente les maltratan?
Sentados
en el bordillo de la acera, cuatro generaciones en una sola aguardan
el desenlace, cuatro generaciones que se confunden entre si nos hacen
sentir dolorosamente el abandono al que se les somete. Cuatro
generaciones mías que me hieren y me laceran el alma.
Detrás
de las siglas de la política, disfrazados de un plus de modernidad y
progreso, amparados y pagados en la fortaleza de la moneda y de sus
intereses protegidos, a salvo de la herrumbre de la moral putrefacta
y del entorno a medida que se han creado ellos. A cubierto de la
lluvia ácida y de la mierda que ellos mismos generan, esos pocos
viven y disfrutan del tiempo, del espacio que solo ellos ocupan,
decidiendo por lo demás y resolviendo a su antojo sobre quién debe
vivir, sobre quién debe disfrutar, sobre aquel que debe sufrir.
Y
entonces me pregunto ¿dónde está el dios de los hombres? ¿ A
quién podemos dirigirnos sin tener que rezar siempre y con el único
objetivo de que detenga esta barbarie? ¿A quién le presento mis
quejas y le solicito formalmente que castigue a los verdaderos
culpables con la ira de los justos y la de la moral humana
violentada?
Porque
siempre hay muchos culpables que escapan a su correspondiente castigo
y siempre hay algún castigo para los que nunca se les encuentra
culpables. Siempre escapan los primeros a la justa sanción de los
que se sienten abandonados, humillados, deprimidos y mancillados.
Cada
vez me cuesta más creer en el hombre, ya tampoco creo en la vida.
Solo confío en los ojos tristes pero orgullosos de aquellos que
apoyando la espalda en la pared de sus vidas, aguardan la justicia
que algún día tendrá que llegar.
Y
lo hacen con los labios apretados y el rostro compungido, orgullosos
en su gesto, solidarios con los demás y hasta consigo mismos.
Yo
quiero sentarme en el frío suelo con ellos y apoyar en la pared la
espalda, para echarles el brazo por encima de sus hombros y
apretarlos contra mi, para paliar en la medida de mis posibilidades
su total destemplanza, su inhumano abandono y su especial
desasosiego.
Juntos
esperaremos la venida de tiempos mejores no sin protestar, sin
argumentar con pasión nuestra denuncia.
Cogeremos
entre todos el impulso necesario y haremos lo que debamos hacer,
ahora que ya ha llegado el tiempo de hacerlo y nos sobran las fuerzas
y las ganas para cambiarlo todo.