sábado, 29 de diciembre de 2012

EL REINO DE AKABA


         Un breve paseo por  EL MUNDO VIKINGO


              Fragmento del libro   EL REINO DE AKABA



      
          En primer lugar, decir que al revelárseme la facultad de dominar su idioma y poder a través de éste, comunicarme ya con mi amiga, pudo por fin manifestarme su nombre. Sonaba bonito y rotundo, Freya. ¿Acaso no parecía mi amiga una diosa?.
         Había recibido en su nacimiento este nombre, en honor de la diosa vikinga del amor, de la fertilidad y de la riqueza, y a buena fe, he de decir que aparte de esas “bondades” que sugería el significado de su nombre, otras muchas cualidades adornaban a la bella muchacha de cabellos castaños.
          Freya se había hecho mi compañera inseparable desde el episodio de la casa sagrada. Aparte de facilitarme como regalo personal, la ropa contemporánea del tiempo que estábamos viviendo, acostumbraba a acompañarme a cualquier sitio al que yo quisiera ir, y me explicaba al tiempo que lo hacía, todo aquello que necesitaba o quisiese saber.
           Freya, aprovechaba cada momento de descanso en la tarea de mi aprendizaje, para formularme infinidad de preguntas sobre la morada de los dioses y sobre mi vida en ella.
          Ni que decir tiene, que yo andaba con mucho cuidado al ofrecerle mis respuestas, pues no deseaba mentir sobre mi origen, el cual le parecía evidentemente tan fantástico y mágico como la morada de Odín, pero tampoco podía desaprovechar el halo mágico y de misterio, que suponía haberme convertido en Hermod, “el elegido mensajero de los dioses”.

     La ciudad en la que nos encontrábamos, se llamaba Vilvingor y estaba habitada por la tribu de los Anholt. Llevaban viviendo entre esas agrestes montañas desde tiempos inmemoriales, y se trataba de un conglomerado de casa recias y firmes que crecía muy deprisa, merced a su emergente prosperidad. Los habitantes eran conscientes de que pronto quedaría estrangulada entre su poderosa muralla. Sería necesario incrementar en un futuro no muy lejano el diámetro de la misma, y trasladar sus gruesos muros a una distancia mucho más alejada de los alrededores de la almendra de la ciudad.
         La vida transcurría plácidamente desde tiempos inmemoriales. Las guerras habidas entre las ciudades limítrofes y sus diferentes tribus, habían cesado gracias a la intervención decidida y valerosa de un sabio nacido y residente en lo más intrincado de las montañas.
         Ese montañés, cansado de no poder transitar tranquilamente por las veredas y caminos, con la amenaza constante de las continuas escaramuzas que se producían entre los diferentes grupos rivales, decidió un día intentar resolver de una vez por todas las innumerables contiendas, utilizando una inteligente argucia que se inventó después de mucho reflexionar.
          A través de su puesta en marcha, logró que asistieran a una reunión secreta, en un lugar y hora determinada, todos los jefes tribales de las ciudades contendientes. Les citó uno a uno a una fingida entrevista personal en un pequeño claro del bosque, y lo hizo sin que los demás supiesen también de la asistencia de los otros. En su convocatoria, les había hecho creer que su citación era petición expresa de los dioses, porque éstos estaban cansados de las continuas batallas entre hermanos vikingos y de los enormes destrozos humanos y materiales que ellas conllevaban.
           Para conseguir su objetivo, disfrazó el mensaje con los caracteres sagrados del lenguaje rúnico, el cual dominaba a la perfección, y lo imprimió además en un tipo de piedras negras veneradas como divinas por los habitantes de esas tierras.



         El inteligente montañés sabía, gracias a las enseñanzas de sus antepasados, que en ese tipo de piedras se habían encontrado en tiempos antiguos, mensajes cifrados de los dioses para los hombres, que se habían seguido al pie de la letra una vez autentificados, y que a día de hoy, eran considerados aún “Instrucciones veneradas de Odín”.
   Las piedras negras las había encontrado por casualidad, en uno de sus continuos paseos por las escarpadas montañas. Ese día había descubierto, tras un inesperado reflejo provocado por el sol al ocultarse y reflejarse al estar tan bajo, en las piedras de cuarzo que vestían las paredes de una parte de la ladera, una cueva estrecha y oscura que ocultaba en su interior, una mina antiguamente trabajada por enanos, en unos tiempos que ya no se recordaban, y que sólo llegó a conocer él posteriormente y en el más absoluto secreto.


Copyright   Faustino Cuadrado



1 comentario:

  1. Será publicado en próximas fechas y se podrá conseguir a través de la editorial que lo colgará en todos los portales digitales, incluida Amazón

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