"¿Por qué los sueños, los nuevos mundos y las quimeras están siempre en dirección oeste?" LA CAJA CHINA Jesús Maeso de la Torre
Fragmento de mi libro,
EL ÚLTIMO HOGAR QUE NOS QUEDA
“Como la
gota de vino rojo que resbala solitaria por la copa de fino cristal, cuando
separamos los labios después de beber un leve sorbo.
De la misma manera que el agua de mar
humedece mi cara, sin llegar a penetrarme el rostro y regresando intacta y sin
dilación al cauce marino.
Como aquella vez que observé a aquel gorrión caer a plomo de un
árbol enorme, malherido y agonizante.
Situado ante él, me apresté a
darle auxilio y calor, pero una vez lo hube atendido y curado, sin ninguna
obligación ni deuda por su parte, tuve que dejarlo partir volando de mi
mano, para continuar inalterable su
camino.
Como el autobús que vemos arrancar de su
parada siguiendo la misma dirección que
perseguíamos. Tras nuestra agobiante carrera y en un intento desesperado por alcanzarlo,
comprobar que no hemos podido más allá que llegar a golpear la puerta de acceso
y que ante el atormentado gesto de nuestro rostro, bañado en sudor y
desesperación, el conductor, con la mirada neutra de aquel que sólo cumple con su deber, se haya limitado
simplemente a encogerse de hombros, sin ninguna intención de abrirla,
dejándonos invariablemente en tierra.
Al igual que cuando capturas una mosca y
la aprietas fuerte en el interior de tu mano, intentando que no se escape por
ninguna de las posibles rendijas. Fatuo intento, señores. Sin que se advierta,
uno siempre se habrá relajado previamente más de la cuenta o bien, ella ya
habrá encontrado en el severo cierre del puño,
un hueco lo suficiente ancho para
poder pasar a través suyo y elevar el vuelo y batir enérgica las alas a favor
de viento.
Como el polvo que desprende una espiga
de trigo y se filtra por entre los dedos cuando pasamos la mano por ella,
cayendo al suelo sin que de ningún modo puedas evitarlo.
Es ese momento sublime en el que observé
el arco iris por un breve instante y al intentar echarle mano, desapareció de
inmediato ante mis ojos, sin solución de continuidad.
Como aquel soberbio y frondoso helado
que lleva el niño fuertemente asido y
maniatado, otorgándole el calor y candor de su lengua sin interrupción,
saboreándolo despacio, muy despacio, con los ojos completamente bizcos. Sin
mediar aviso, en la tranquilidad del paseo, se produce un empujón de alguien
que quiere abrirse camino inmisericorde y golpea al niño y al helado al mismo
tiempo, enviándoles a ambos irremisiblemente al suelo. El niño tardará algo en
recuperarse del golpe, el helado no tiene remedio.
Parecido a aquel roce de piel, que
cuando quieres recordarlo en la soledad e intimidad de tu cuarto, ya no eres capaz
de repetir la textura de su tacto, ni su calidez, de tan de repente como
desaparece, aquella mística corpórea que no has podido retener en tu memoria,
por mucho que lo hayas intentado.
En las noches mágicas de Santa Claus o
en las de los Reyes Magos, que igual da, aquellas que te mantienen ilusionado
durante todo el año y luego, se han convertido al despuntar del todo la mañana, en noches de “carbón amargo”
y juguetes sin sentido y carentes de
sentimiento.
De la misma forma en la que se pierden
los sueños y los amores que los acompañan.
Así es todo esto y la vida que nos toca
vivir, siempre entre la esperanza y el deseo, enfrentadas entre sí por los
siglos de los siglos, la egoísta sensación de tenencia y la de la pérdida
irremisible.
Apretar con el puño la alegría y
encontrarte que se te ha hecho pedazos en un suspiro. Tocar el cielo con las
manos y precipitarte a continuación al vacío
por uno de los laterales de la escalera.
Temer siempre por algo, y ver cómo
siempre al final, lo virtual se convierte en cierto y lo cierto se transforma en irremisible.
Beber en fin, suave miel que dulcifica
la boca, para caerte finalmente en el estómago, como auténtica hiel amarga.
Todo ello en un minuto, en un soplo de tiempo.
Entiendo por qué, el amanecer o el
atardecer duran tan poco, y la angustia y el temor subsisten por tanto tiempo. En definitiva, me doy cuenta de lo
corto y fugaz que resulta, en el cómputo global del espacio, el acontecer de un
solitario minuto. También, por otra parte, he podido comrpobar lamentablemente, de manera paralela, la magnitud de las consecuencias que este pequeño
lapso de tiempo puede acarrearte para siempre”.
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