"Es difícil poder salir adelante en el mundo del Valhalla.
Necesitas para lograrlo, una buena dosis de valor y que los dioses
yerren el tiro..."
Fragmento del libro
"EL REINO DE AKABA"
La noche, finalmente, se nos había
echado encima y no habíamos alcanzado la cumbre. Los pocos rayos que
superaban ya las altas cimas daban paso inmisericorde a las negras
sombras que comenzaban a apoderarse sin remisión, de los árboles y
de la montaña. Resultaba harto difícil ya poder observarnos el
rostro, y sobre todo, y lo más peligroso, ver por dónde
caminábamos.
Al divisar una de las últimas peñas
que quedaban entre nosotros y la cercana cumbre, se me heló la
sangre por completo. No había lugar a dudas de que nos encontrábamos
frente a frente con un rinak. Envuelto en una amalgama de harapos
repletos de costras de mugre y sin poder confirmar con certeza, la
ubicación real de sus ojos, asomaba éste su espantosa cabeza por
encima de las piedras, husmeando el aire como una alimaña, buscando
cualquier vibración que delatara la presencia de un ser humano que
hubiera osado adentrarse en sus dominios. Parecía sin embargo, por
suerte para nosotros, no habernos localizado aún.
A éste primero le acompañó de
inmediato un segundo rinak en la pétrea atalaya. Y al lado de este
segundo, unos cuantos harapos más, ondeantes al viento del
anochecer, se dejaron ver por los resbaladizos peñascos.
Desde
luego, nos encontrábamos en un buen apuro.
Freya apretaba con firmeza mi mano, señalándome cada una de las criaturas fantasmales que asomaba, cada nueva figura oscura y repugnante. Llegamos a contar alrededor de veinte rinaks en un instante, repartidos entre las diferentes veredas por las que debíamos necesariamente transitar.