"La
muerte en
Venecia"
autor:
Thomas Mann
Reseña Literaria
En “La muerte en
Venecia”, Thomas Mann nos acerca hasta casi poder tocarlos, a unos
personajes cercanos, íntimos y relevantes para el lector, dónde
giran alrededor uno del otro, un personaje principal y otro
secundario. Entre ambos, se tejerá la trama sensual e introspectiva
que Mann nos propone, y a través de ellos dos, nos conducirán al
desenlace previsto por el autor.
Del resto de personajes
apenas se tienen noticias y resultarán inocuos para aquel lector que
se acerque a la obra. Son meros figurantes que se encuentran en el
extraradio de la trama principal y casi hasta de las secundarias.
Ambos personajes
resultan ser perfectamente creíbles y por completo convincentes, la
actividad de uno y la pasividad del otro, fuertes literariamente y
atractivos para el lector, de tal manera reconocibles que hasta
fueron reales. Incidieron con rotundidad en la realidad de la
vida del autor. Uno desde el más profundo interior de sí mismo y el
otro, en los alrededores de su corazón apasionado.
El personaje principal,
Gustav von Aschenbach, representa al propio Thomas Mann en su viaje a
Venecia realizado en 1912 y el efebo al que el autor/personaje aspira
a convertir en su personal objeto de culto y en su icono supremo de
belleza humana, no es otro que el barón Wladyslav Moes, noble
polaco.
Las connotaciones
homosexuales del autor tienen cabida y desarrollo en este alegato tan
emotivo del personaje principal, al que el autor le nutre de todo su
mundo interior, pues hasta en la obra reseñada, el autor menciona
como propias y propios del personaje principal, obras y personajes
creados por él y escritas por su mano.
El
personaje Von Aschenbach tiene la suficiente fortaleza literaria como
para mantener durante toda la obra, el convencimiento de que ostenta
la misma emoción que mantuvo siempre el autor, respecto de la
belleza perfecta, de su contemplación en el más puro éxtasis y de los efectos
finales que ella produce siempre :
“la
palabra solo puede celebrar la belleza, no reproducirla” ,
mantiene
el autor en cierto momento.
El
personaje secundario de Tadziu, limita su aparición a ser admirado
por el personaje principal como por el lector, sin una sola palabra,
ausente el diálogo entre ambos personajes aunque el lector imagina
en todo momento, estar presente en cada uno de los escenarios
propuestos y se le permite paladear esa belleza superior que va in
crescendo
conforme avanza la narración.
El declive del personaje
principal es evidente. Allí acabará su historia, como acabó ya su
esplendor como escritor célebre que fue. El lector asistirá cercano
y consciente de la llegada inminente de ambos declives.
“La muerte en
Venecia”, muestra la ciudad de los canales en los años veinte, una
ciudad vieja y decrépita que conoció el esplendor de sus edificios
y de sus ciudadanos muchos siglos atrás. Los edificios se derrumban
y su modelo de vida también. Sufren los prolegómenos de la
inminente gran guerra que a todos afectará y de la ponzoña del
cólera que tampoco respetará a nadie.
Los trajes que visten a
los personajes, las costumbres descritas, el color y la herrumbre de
los edificios, los entornos tan conocidos de la Venecia eterna, son
aquellos que el autor pudo observar por sus propios ojos en su viaje
a la ciudad de los canales, en la segunda década del siglo XX.
Todo resulta muy real en
“La muerte en Venecia”, todo es perfectamente reconocible de la
mano de Thomas Mann.
La narración es en todo
momento formal, en dónde el lenguaje y el vocabulario empleado por
Mann instruye de continuo al lector, logrando que éste aspire los
perfumes sobre los que habla y que llegue a sentir las mismas
emociones que debió percibir él, con cada amanecer en el hotel Lido
de Venecia, o en sus viajes por los canales malolientes y pútridos
de aquella ciudad en declive.
El verbo y la palabra
utilizada por el narrador, hace que aspiremos la atmósfera opresiva
de los días nublados y plomizos en una ciudad costera sujeta a las
inclemencias del siroco, de la calma chicha de las aguas retenidas y
malolientes.
“La
muerte en Venecia” viene tratada desde el enfoque del narrador
omnisciente, en una primera persona que el autor aprovecha no solo
para hablarnos sobre el amor puro y superior o sobre la belleza
suprema, Mann aprovecha de manera descarnada la decadencia de ésta y
la observación que sobre ella se hace.
El
narrador instruye al lector, le dirige por los vericuetos anónimos
de las calles mágicas y eternas de Venecia, a través de cada una de
las emociones de las que el ser humano es capaz de sentir y provocar.
Esa
voz conocedora de todo, muestra de cerca al lector todo un catálogo
de pasiones y sus consecuencias, los matices que cualquiera de los
sentidos puede percibir a través de las palabras, a través de los
olores que se hacen presentes con cada línea y con cada capítulo.
Thomas Mann se aproxima
tanto al interior de los personajes, a la trama que quiere mostrar,
que el lector se siente capaz de observar hasta el más mínimo
detalle, cualquier aspecto físico por nimio que sea.
La emoción que se
produce en la vida de los personajes, tiene reflejo en las páginas
de esta obra tan atractiva a los ojos como al restos de los sentidos.
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